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Proyecto 1619 en Hulu expande su falsificación racialista de la historia, la política y la cultura

Los que estén familiarizados con el Proyecto 1619 no se sorprenderán al enterarse de que el World Socialist Web Site no fue invitado a reseñar por adelantado su última encarnación, la serie documental en seis partes emitida por el servicio de streaming propiedad de la Disney, Hulu. Evidentemente, la invitación fue hecha a los medios con cuyos artículos aduladores podían contar, incluyendo al New York Times que, de manera previsible, elogia su progenie como “urgente” y “pionera”.

Nikole Hannah-Jones llega al estreno del Proyecto 1619 el jueves 26 de enero de 2023 en el Museo Academia del Cine en Los Ángeles, California. (Foto AP/Richard Shotwell/Invision/AP) [AP Photo/Richard Shotwell/Invision/AP]

La productora de la seria, la magnate mediática Oprah Winfrey, que no es más que una astuta mujer de negocios, sabía que no podía esperar tal adulación del WSWS, el cual, junto con los eminentes historiadores que entrevistó, desempeñó el papel decisivo en socavar los destrozos del Times a través de la historia cuando apareció en agosto de 2019. La intervención socialista no solo expuso el Proyecto 1619 como historia adulterada, sino que también desmintió la afirmación, promovida por la “creadora” del Proyecto, Nikole Hannah-Jones, de que la crítica era, ipso facto, derechista o incluso racista.

Para los lectores que no estén familiarizados con el Proyecto 1619, este surgió en torno a una serie de afirmaciones sobre la historia estadounidense planteadas por el Times. Estas eran: 1) La esclavitud es un “pecado original” únicamente estadounidense; 2) Que la Revolución estadounidense fue lanzada como una contrarrevolución para preservar la esclavitud contra los planes de emancipación del Imperio Británico; 3) que Abraham Lincoln era racista y que los blancos en la Guerra Civil veían la esclavitud solo como “un obstáculo a la unidad nacional”; 4) Que los negros siempre han “resistido solos” para redimir la democracia estadounidense; 5) Que todos los problemas sociales de Estados Unidos actualmente, desde la obesidad hasta los atascos de tráfico, son resultado de la esclavitud; 6) Que el “racismo contra los negros” es “endémico” y parte de un “ADN” nacional que nunca podrá ser erradicado; 7) Que la verdadera historia de la esclavitud nunca se ha contado, y ha sido oscurecida por los que Hannah-Jones llamó “historiadores blancos” mofándose de ellos en Twitter; y 8) Que los cimientos históricos de Estados Unidos son la esclavitud.

La reseña actual no es el lugar para repasar todo el caso, devastador, contra el Proyecto 1619. Baste mencionar que ninguna de las afirmaciones anteriores es cierta, y que fueron destrozadas por el WSWS, así como por varios destacados eruditos que entrevistó, entre los que se encuentran Victoria Bynum, James McPherson, Gordon Wood, James Oakes, Delores Janiewski, Clayborne Carson, Richard Carwardine y Adolph Reed hijo. Todo este trabajo está compilado en un importante volumen disponible en Mehring Books, The New York Times’ 1619 Project and the Racialist Falsification of History.

El famoso cuadro de John Trumbull (1818) que muestra la presentación de la Declaración de Independencia

Pero hay que hacer hincapié en una idea. Los cimientos de la historia estadounidense no son la esclavitud. Son las dos revoluciones, la Guerra de Independencia (1775-1783) y la Guerra Civil (1861-1865). La transformación política y social causada por la Primera Revolución estadounidense puso en marcha procesos que llevaron a la Segunda. Esa revolución, a su vez, destruyó la esclavitud tras apenas “cuatro veintenas y siete” años de la nueva república.

Las revoluciones no resolvieron, y no podían resolver, todos los problemas históricos. Incluso crearon unos nuevos en lugar de otros viejos, lo cual preparó el terreno para la creación de una sociedad capitalista moderna, con todo lo que ello conlleva. Así, las revoluciones engendraron, por la década de 1870, tanto a una poderosa y despiadada clase capitalista gobernante, como a la clase obrera más potente, y la más mezclada desde el punto de vista racial, del mundo. El patrimonio democrático e igualitario de esas revoluciones le correponde hoy a la clase trabajadora —y a su destino histórico el dirigir una revolución socialista en los Estados Unidos, como parte de un movimiento masivo de la clase trabajadora internacional. Por este motivo venimos defendiendo la revolución contra la falsificación histórica del Proyecto 1619.

El Times, por razones que nunca explicó, se negó de manera directa a responder a cualquiera de las críticas del WSWS o de destacados historiadores, y a día de hoy sigue sin hacerlo. En cambio se enzarzó en una serie de ataques personales, desvíos, retiradas y alteraciones a escondidas, orquestadas por el editor de la revista New York Times, Jake Silverstein. Por derecho, estas admisiones tácitas de su propio fracaso deberían haber bastado para bajar el telón a todo ese lamentable asunto. Pero esto es Estados Unidos, al fin y al cabo, donde tanto el dinero como la política dictan que no se deje caer algo tan grande. Ya se había secado la tinta en lucrativos acuerdos de franquicias, incluyendo la actual serie documental con Lionsgate. Y, bajo condiciones de guerra, pandemia y una desigualdad social explosiva, la tóxica ideología racialista del Proyecto 1619 todavía tenía trabajo por hacer. ¡El espectáculo debe continuar!

Y continuar, continuó, en Hulu.

La serie reinterpreta la estructura básica del Proyecto 1619 para la televisión. Una vez más, se nos dice que los problemas sociales actuales son consecuencia de la esclavitud. Esta teoría —siempre planteada pero nunca mostrada— es lo que da a la serie, aún más que al libro y la revista que salieron antes, su calidad frenética, casi vertiginosa y esencialmente incoherente. Los episodios van brincando de un sitio a otro, y hacia atrás y hacia adelante en el tiempo. Hannah-Jones está en todas partes al mismo tiempo. Además de ser la coproductora, junto a Winfrey, es la narradora y la única entrevistadora, y todo el hilo del documental trata de cómo fue criada y de la historia de su familia.

El centrarse predominantemente en Hannah-Jones — ella es la estrella, no la historia— continúa y profundiza un rasgo clave del Proyecto 1619. Desde el principio, el Times insistió en que todo el Proyecto era la creación de una reportera intrépida que solo quería “por fin decir la verdad” sobre la historia estadounidense —una afirmación que se apoyaba en negar un enorme corpus de historiografía, así como grandes logros populares como la serie documental sobre el movimiento por los Derechos Civiles, Eyes on the Prize (1993), y la teatralización multiserial de la esclavitud, Roots (1977) de Alex Haley, las cuales fueron vistas por millones de estadounidenses.

En cualquier caso, debería resultar evidente que había más cosas implicadas en hacer de una sola reportera, que había conseguido escribir apenas un puñado de artículos en un lapso de cuatro años antes del Proyecto 1619, el avatar de lo que puede que sea el proyecto más caro lanzado alguna vez por el Times.

Los nuevos “expertos raciales”, desde la izquierda: Nikole Hannah-Jones, Ibram Kendi, y Ta-Nehisi Coates (Foto de abraji/Oregon State University/Eduardo Montes-Bradley) [Photo by abraji_/Oregon State University/Eduardo Montes-Bradley / CC BY 2.0]

Hanna-Jones encarna y habla por un estrato avaricioso de la clase media alta que el Times reconoce como la base del Patido Demócrata. No está sola. Una cantidad de periodistas y pensadores de ideas afines han sido acuñados en los últimos años —Ta-Nehisi Coates e Ibram Kendi vienen a la mente. Así como la reina podía investir caballeros del reino, el capitalismo estadounidense puede otorgar sus propias, deprimentes, distinciones. Los nuevos “expertos en raza” han sido hechos millonarios, se les ha dado Premios Pulitzer, préstamos corporativos, institutos, se les han concedido cátedras, pagas de cinco cifras por charlas y contratos de publicación de las mismas “instituciones blancas” que condenan. Estas luminarias, junto con muchas estrellas más tenues de la galaxia racialista, insisten en que el problema fundamental de la sociedad, desde la violencia policial hasta la entrega de los Premios de la Academia, no es la clase, sino la raza. ¡Raza ayer, raza hoy, raza para siempre!

Ha llegado la hora de abandonar la pretensión de que algo de esto sea izquierdista, “radical”, mucho menos marxista, como se ve en las figuraciones febriles de los comentaristas y políticos de derechas que están manipulando esto para atacar los planes de estudio de las escuelas públicas en muchos Estados. Es el objetivo del marxismo unir a la clase trabajadora más allá de la raza, etnia y género, no solo en este o aquel país, sino en todo el mundo. El Proyecto 1619 tiene exactamente el propósito contrario. Se propone dividir a la clase trabajadora.

Culpar a los trabajadores blancos por el colapso de los sindicatos

Este objetivo siniestro se pone de manifiesto en el cuarto episodio de la serie, “Capitalismo”. Esa entrega ha cambiado respecto a las versiones anteriores en libro y en revista, que se centraban en una presentación falsa de la economía de la esclavitud por parte del sociólogo Matthew Desmond. Según la opinión de Desmond, que ahora es presentada brevemente por el entusiasta del Proyecto 1619 Seth Rockman de la Universidad Brown, la esclavitud en las plantaciones era el aspecto más dinámico del capitalismo estadounidense, para el norte en la misma medida que para el sur. Esta posición, un shibolet de la escuela de pensamiento de nombre pretencioso llamada “los nuevos historiadores del capitalismo”, vuelven incomprensible la Guerra Civil y la victoria allí del norte. ¡Detalles!

Sacan con prisa a Rockman y el episodio se vuelve un himno a la burocracia sindical estadounidense. La decadencia de décadas de los sindicatos, Hannah-Jones les dice a los televidentes, es una de las causas primarias de la desigualdad tanto social como racial. El episodio se centra en el esfuerzo fallido del Sindicato de Minoristas, Mayoristas y Almacenes (RWDSU) por organizar las instalaciones de distribución de Amazon de Bessemer, Alabama, y el esfuerzo apenas exitoso del Sindicato del Trabajo de Amazon (ALU) por organizar unas instalaciones en Staten Island. Cerca de un millón de estadounidenses trabajan para Amazon, y otros 600.000 trabajan para esta empresa en otros países. En todas partes los explotan al máximo para forrar al tercer hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, y a otros accionistas y ejecutivos. Se podría esperar que tal plantilla sería material óptimo para organización obrera. Pero los trabajadores de Bessemer desdeñaron al RWDSU dos veces.

Robin D. G. Kelley [Photo: University of California Los Angeles ]

El historiador que trajeron para explicar todo esto es Robin D. G. Kelley de la Universidad de California, Los Ángeles. Kelley primero atribuye el fracaso en Bessemer al “poder blando” de Amazon, por lo cual él entiende su uso del dinero e influencia para evitar la creación de sindicatos. Ejemplos de “poder blando” mencionados en el episodio incluyen la distribución de tarjetas con instrucciones de voto donde pone “vota no” en una cara, y la alteración de señales de tráfico para interferir con la campaña sindical.

Sin duda pasaron estas cosas. Pero ciertamente, como historiador laboralista, Kelley sabe que los trabajadores estadounidenses se han enfrentado a cosas peores para organizar sindicatos —órdenes judiciales, espías, matones mafiosos, policía, milicia estatal y el Ejército de los Estados Unidos, por mencionar unas pocas herramientas de “poder duro”.

Kelley sí que sabe mejor, y así la causa debe localizarse en otra parte. Identifica al culpable ideal a efectos del Proyecto 1619: los trabajadores blancos. Aquí está el diálogo:

Hanna-Jones: Algunos argumentarían que incluso hoy, demasiados trabajadores blancos todavía escogen la solidaridad racial por encima de sus propios intereses económicos según se desarrollan las luchas obreras por todo el país.

Kelley: Lo blanco tiene su propio valor, pero como dice W. E. B. Du Bois, es un salario insignificante. Que lo que consiguen por aferrarse a lo blanco es tan minúsculo respecto a lo que podrían conseguir manteniendo la solidaridad. Juntos, podrían hacerse con la fábrica. Podrían de hecho luchar y ganar un salario para vivir. Pero al estar separados, lo que terminan consiguiendo es el orgullo de ser blancos.

Mediante este acto de transubstanciación histórica, Hannah-Jones y Kelley desvían todos los problemas a los que se enfrenta la clase trabajadores hacia los hombros de los “trabajadores blancos”. Kelley no dice nada de las décadas de traiciones de todos los trabajadores a manos de la misma burocracia sindical por la que ahora se espera que voten. No ofrece ningún análisis de la viabilidad de los sindicatos derechistas, orientados por criterios nacionales en una época de economía global. No sorprende que no digan ni una palabra sobre la total subordinación de los sindicatos al Partido Demócrata. Kelley no parece preguntarse siquiera cómo es que los trabajadores en Bessemer podrían posiblemente depositar su confianza en un sindicato que ha sido respaldado por el presidente Biden, quien fuera conocido anteriormente como “el senador de Du Pont” —quien, a un año de pedir la organización de la planta de Amazon, ¡usó su cargo para anular las votaciones por la huelga de los trabajadores ferroviarios!

Manta en el almacén de Amazon en Bessemer, Alabama

El intento de Kelley por culpar a los trabajadores blancos por la suerte de los sindicatos es absurdo basado en el “estudio de caso” del Proyecto 1619 en Bessemer. El RWDSU ciertamente jugó la carta racialista. Esperaba que al traer activistas del Black Lives Matter al esfuerzo organizativo, se ganaría apoyo en una plantilla que es afroamericana en un 85 por ciento. Como se decía en una noticia, que apareció en el sitio web Payday Report, “Con el apoyo en su punto más débil entre los jóvenes negros en la planta muchos esperan que el movimiento Black Lives Matter haga que activistas negros más jóvenes se impliquen más en su nombre”.

Los llamamientos racialistas del RWDSU y sus simpatizantes no pudieron superar el legado de las tradiciones de la AFL-CIO. De hecho tuvieron el efecto contrario.

La teoría racialista de la música

El episodio III es un ataque racialista de una hora a ese ámbito en el cual la unificaciòn de los varios pueblos que componen la población estadounidense ha logrado los resultados más bellos y portentosos: la música. La universalidad de la música popular estadounidense, su “traducibilidad” a innumerables idiomas y culturas, debe, en algún nivel, expresar el optimismo, incluso el regocijo, ante la perspectiva de derribar las barreras que separan a los pueblos en todas partes. Los músicos negros, que son ellos mismos víctimas de la segregación, y de cosas peores, han desempeñado papeles protagonistas en muchas formas de la expresión musical estadounidense. Pero ya sea en la cooperación interracial de los músicos, la capacidad de la música de alcanzar y alegrar a diversos públicos o la forma y composición de la propia música, a un nivel fundamental, géneros tales como el jazz o el rock and roll han tratado sobre unir a la gente. Es esta cualidad de la música popular estadounidense, en su mejor expresión, lo que ha horrorizado tanto a conservadores y reaccionarios de todo el mundo.

Hannah-Jones carece de todo ello. Según ella, la música popular estadounidense es realmente la “música negra”. Y la historia consiste en nada más que en “los esfuerzos de siglos por parte de los estadounidenses blancos por deformar, adueñarse y robar nuestra música”.

Esto es sucio. La propia idea de que las razas “poseen” culturas que otras razas pudieran “robar” es racista. Esta es la misma posición, cambiando lo que haga falta cambiar, que Hitler mantuvo hacia la amenaza que supuestamente sufría el “arte ario” por parte de los usurpadores judíos. La música, como cualquier expresión artística, nunca puede ser propiedad de una “raza” y, en sí misma no tiene pedigrí racial de ninguna clase. En cuanto a la “apropiación cultural”, un concepto racialista favorito, habría que señalar que entre las características básicas que distinguen a la especie humana de todas las otras, en sentido antropológico, está la apropiación cultural —la capacidad de aprender socialmente y actuar sobre ello. Toda la historia del mundo es un vasto tejido de apropiación cultural.

El interlocutor principal de Hannah-Jones aquí es otro columnista del Times, Wesley Morris, que piensa como ella en buena medida. A continuación, algunas muestras de la conversación resultante.

Sobre los artistas ambulantes de cara negra:

Hannah-Jones: La fascinación de los blancos por la música negra durante la época de la esclavitud se tradujo rápidamente en una apropiación de nuestro sonido y una distorsión grosera de nuestra imagen.

Morris: Yo diría que los artistas ambulantes de cara negra son la clave para todo lo que concierne a la cultura popular estadounidense, con respecto a la manera en la que los blancos entienden, o creen entender, a los negros.

Sobre la música jazz:

Hannah-Jones: Pero incluso mientras era apreciada en Londres o París, ello no quería decir que ese aprecio se producía en Estados Unidos.

Morris: Los blancos, esto, estaban preocupados porque el jazz era una fuerza corruptora, que llevaría a la mezcla de las razas.

Sobre por qué la música Motown era popular:

Morris: La elección del momento por [el productor musical] Berry Gordy era perfecta. Empezó su compañía cuando había cámaras ante las cuales poner a esos negros.

Pero que conste: Los artistas ambulantes de cara negra, aunque ciertamente tienen importancia histórica, no son “la clave de todo lo que concierne a la cultura popular estadounidense”; había, y hay, muchos músicos de jazz blancos; y la belleza y la energía de la música Motown no tiene nada que ver con las cámaras.

La violencia policial como un “miedo blanco” innato

El episodio V, “Miedo”, reduce la brutalidad policial completamente a la raza. Según Hannah-Jones, se arraiga en “el miedo de los blancos al progreso, la prosperidad y la libertad de los negros”. El Proyecto 1619 querría que los televidentes creyeran que la policía blanca, cuando mata a negros, actúa meramente por una necesidad psicológica que es casi innata en los blancos, a lo que Hannah-Jones y la historiadora Michelle Alexander argumentan que pasó de generación en generación desde la época colonial. Se nos dice que:

Ser un buen miembro de la comunidad blanca es estar constantemente atento a cualquier tipo de conducta sospechosa de los negros. Y se ha vuelto una suerte de recuerdo histórico que consciente e inconscientemente se pasa de generación en generación. [Subrayado nuestro.]

En otra parte, Hannah-Jones insiste en que “podemos rastrear esta epidemia de brutalidad hasta la esclavitud, cuando los blancos buscaron desesperadamente controlar a los esclavizados”.

Estas afirmaciones son absurdas. La policía moderna surgió con la industrialización en las ciudades del norte, no en las plantaciones con esclavos del sur. Los blancos no son responsables de manera innata de la violencia policial contra los negros.

Pero ni la afirmación de que la violencia policial es exclusivamente racial resiste un examen elemental. La mayoría de las víctimas de los asesinatos policiales en EEUU en cualquier año son blancos, y cerca de un cuarto son negros. A no dudarlo, esta es una “disparidad racial” en el sentido de que los negros representan solo el 12 por ciento de la población. Pero no es una disparidad en el sentido de que se ajusta de cerca a la “sobrerepresentación” de los negros entre los pobres.

En cualquier caso, que tantas víctimas sean blancos, o de otras razas, demuestra que hay más cosas implicadas en la violencia policial que el racismo, aunque este es innegablemente un factor que contribuye. El uso de la “fuerza excesiva” por parte de la policía no trata acerca de mantener una jerarquía racial, sino de mantener el capitalismo estadounidense, que ha producido la que es una de las sociedades más desiguales socialmente del planeta.

Si se tratara solo de la raza, entonces ¿cuál es la solución? Siempre desde los así llamados “disturbios raciales” de los años ’60 del siglo XX, el Partido Demócrata y el liberalismo estadounidense han respondido a esta pregunta de una misma manera: promocionando a dirigentes políticos negros y a jefes de policía negros, contratar a policías negros, convocar “paneles comunitarios de revisión”, y mediante propuestas de modificar leyes. Este disco rayado repitiéndose al infinito no ha resuelto nada.

El episodio “Miedo” ciertamente fue filmado antes de que cinco policías negros mataran a golpes a Tyre Nichols, de 29 años de edad, el 7 de enero de 2023, en Memphis. El jefe de policía que había creado este escuadrón de choque de “fuerzas especiales”, llamado “Los Escorpiones”, también es negro. Tal acontecimiento no puede explicarse mediante el prisma racial.

Encubriendo la crisis de la atención sanitaria estadounidense

El episodio II, “Raza”, se centra en otra disparidad más, la horrible tasa de mortalidad infantil entre las mujeres negras en Estados Unidos. Se nos dice que eso “está profundamente vinculado al legado de la esclavitud”, y “siglos [de] falsas creencias acerca del dolor de la mujer negra y su humanidad”, aunque no se dan pruebas para apoyar tales afirmaciones. Para Hannah-Jones, lo que está implicado son “sesgos, bien inconscientes, bien conscientes”, y principalmente la idea de que “los negros no sienten dolor de la misma manera”. En una acusación estrafalaria e infundada, Hannah-Jones llega a afirmar que “algunos profesionales médicos todavía creen que los negros y los blancos son biológicamente diferentes”. ¿Puede dar el nommbre de uno de esos “profesionales médicos”?

Nikole Hannah-Jones

Según la obstetra Dra. Veronica Gillispie-Bell, que es entrevistada por Hannah-Jones, las causas de la mortalidad infantil como la pobreza y el colapso del sistema de atención sanitaria con ánimo de lucro no desempeñan absolutamente ningún papel. “No importa si tienes ventajas socioeconómicas, desventajas socioeconómicas, si tienes educación, si no la tienes”, le dice a Hannah-Jones. “La única cuerda de atar es ser una mujer negra”. La prueba que dieron para defender esta afirmación es el embarazo complicado y la experiencia del parto de la súper estrella del tenis Serena Williams, cuya fortuna neta estimada es de $250 millones.

Falsificación histórica de las revoluciones estadounidenses

El primer episodio, “Democracia”, repite la afirmación original del Proyecto 1619 de que la Revolución estadounidense fue una conspiración lanzada para defender la esclavitud contra la Emancipación Británica. Todo este argumento se apoya en los hombros más improbables: Lord Dunmore, es decir, John Murray, el 4º conde de Dunmore, el último gobernador imperial de Virginia, cuya “Proclamación Dunmore”, emitida en noviembre de 1775, que les ofrecía la libertad a los esclavos de amos ya en rebelión, afirma el Proyecto 1619, fue la causa de la revolución. El historiador Woody Holton, otro vehemente defensor del Proyecto 1619, es traído para dar un barniz de autoridad a esta afirmación manifiestamente falsa.

El “Gran Emancipador” de Woody Holton: John Murray, 4º conde de Dunmore —Lord Dunmore, el último gobernador colonial de Virginia. Dunmore más tarde supervisó la colonia de Bahamas, adonde huyeron los conservadores derrotados en la revolución— acompañado por esclavos

La versión más reciente del Proyecto 1619 presenta de nuevo a Abraham Lincoln como un racista que no desempeñó un papel progresista en la Guerra Civil. Tampoco lo hizo ningún otro blanco —se sugiere. Hannah-Jones llega incluso a afirmar que las grandes enmiendas de la época de la Guerra Civil a la Constitución estadounidense, la 13, la 14 y la 15 —abolir la esclavitud, establecer una protección igual y ciudadanía por nacimiento; y garantizar el derecho al voto— habían “surgido de la resistencia negra”. Fueron los negros, dice Hannah-Jones, quienes “presionaron a los legisladores para aprobar” esas enmiendas. Actualmente, debido solo a los esfuerzos solitarios de los negros, “cuando otros grupos marginalizados exigen sus derechos, se querellan bajo la cláusula de protección igualitaria de la 14 enmienda”.

De hecho, Lincoln personalmente luchó por la 13 enmienda, temiendo que el Tribunal Supremo revirtiera la Proclamación de la Emancipación, que era una orden militar basada en su prerrogativa como comandante en jefe del ejército en tiempos de guerra. Fue su último gran acto político antes de ser asesinado a manos del supremacista blanco John Wilkes Booth. Entonces, como reacción a los esfuerzos del nuevo presidente, Andrew Johnson, por rehabilitar a la antigua oligarquía sureña, los republicanos radicales, dirigidos por el congresista Thaddeus Stevens de Pennsylvania, llevaron la era de la Guerra Civil a su punto cúlmine con las enmiendas 14 y 15 en el período conocido como “Reconstrucción congresista”.

Nada de eso hubiera sido posible sin un masivo movimiento político antiesclavista que surgió en la década de 1830, reunido en torno al Partido Republicano en la década de 1850, y que culminó con la elección de Lincoln en 1860, el acontecimiento que precipitó la secesión del sur y la guerra. No es despreciar a los estadounidenses negros observar que las enmiendas no se hubieran producido sin la victoria de la Unión, una lucha en la que unos 400.000 soldados del norte “dieron la última medida completa de devoción”, la vida, como dijo Lincoln en Gettysburg. La cifra de muertos fue un trauma terrible para la sociedad. En toda la tierra, padres, hijos y hermanos que se fueron a combatir nunca volvieron a casa. Muchos más quedaron lisiados. Este acto de sufrimiento colectivo, dado “tanto al Norte como al Sur … como la aflicción debida” por la esclavitud, como dijo Lincoln en su ardiente Segundo Discurso Inaugural, es recordado por monumentos y edificios públicos en todo el país, incluyendo a muchos en el Estado de Hannah-Jones, Iowa, que contribuyó con una mayor proporción de su población al servicio que cualquier otro Estado, sea del norte o del sur.

El Monumento a los Soldados y Marineros en Des Moines, Iowa, uno de muchos monumentos a la Guerra Civil en el estado
El dinero, la patria en última instancia del nacionalismo negro

Es característico de la visión del mundo racialista una falta total de curiosidad sobre la historia real. Hannah-Jones y los otros expertos raciales tienen ideas acerca del pasado completamente formadas. Para ellos, consiste en una cadena ininterrumpida de perfidia blanca y victimización negra. Todo lo que queda es arreglar las sillas de la historia exactamente así.

Qué mezquino aparece todo ello ante el poder asombroso de la historia verdadera africano-estadounidense, lo que Clayborne Carson ha llamado la “lucha por la libertad”. Al mismo tiempo trágica, conmovedora e interminablemente fascinante, la historia africano-estadounidense no se puede separar nunca de la lucha más amplia por la igualdad y la liberación humana plena, como lo deja tan claro la historia de la Guerra Civil.

La yuxtaposición entre la nobleza y la generosidad de la lucha por la libertad y los objetivos egoístas y esencialmente pecuniarios del Proyecto 1619 se encuentran de manera discordante en la entrevista de Hannah-Jones con el veterano del movimiento por los Derechos Civiles MacArthur Cotton en el primer episodio de la serie. Cotton, de 80 y tantos años de edad, es un antiguo miembro del Comité Coordinador No-violento de Estudiantes (SNCC) que luchó por registrar votantes en Mississippi en la década de 1960. Lo arrestaron y lo torturaron por su militancia. Lo podrían haber matado fácilmente. Esa fue la suerte de otros activistas de los derechos civiles, algunos de los cuales eran blancos. Los nombres de James Chaney, Andrew Goodman, Michael Schwerner y Viola Liuzzo —nunca mencionados en el Proyecto 1619 — vienen a la mente.

Quizás esta sea la razón por la cual, a pesar de su propio heroísmo, Cotton hable con humildad genuina. “Yo era una persona que defendía al desfavorecido”, le dice a Hannah-Jones. “De modo que era natural que quisiera estar en el movimiento porque la alternativa para mí era aceptar las cosas así como estaban. Y esa no era una verdadera alternativa”.

Hannah-Jones ciertamente no sufrió como Cotton. Aún así, mirando el mundo mediante los espejos de una casa de la risa del racialismo, ella cree suyo el sufrimiento de él, suyo y del mundillo social privilegiado en cuyo nombre habla. Las experiencias brutales de los esclavos en el período antebélico, trabajadores condenados en la éra Jim Crow, etc. —todo esto pasa a formar parte de la operación de mercadeo casi autobiográfica. Así, a lo largo de la serie 1619, tal como fue el caso en las versiones anteriores, Hannah-Jones usa pronombres de primera persona plural para insinuarse a ella misma en el pasado. Este es un fragmento típico de esto:

Nosotros pusimos los cimientos de la Casa Blanca y del Capitolio, y arrastramos los pesados maderos para las vías férreas, que atravesaban el Sur. La compra, venta, el asegurar y financiar constantemente nuestros cuerpos ayudaría a hacer de Wall Street y de la Ciudad de Nueva York una capital financiera del mundo. [Subrayado nuestro.]

O, como dice su narración, a través de la historia “nosotros forjamos una nueva cultura nuestra propia generándonos a nosotros mismos”. Ese “nosotros” son todos los negros estadounidenses, entre los cuales, el Proyecto 1619 quiere que creamos, no existen las clases sociales. La multimillonaria Oprah Winfrey no se diferencia de un trabajador negro de la industria automotriz.

Este es el lenguaje místico inconfundible del nacionalismo racial.

Entre la miríada de ideologías nacionalistas del mundo —todas las cuales son esencialmente reaccionarias en la época de la economía mundial, como explicó Trotsky hace un siglo— el nacionalismo negro es sui generis por no haber exigido nunca una “patria”, si se exceptúa el movimiento “volver a África”, que nació muerto, de Marcus Garvey en la década de 1920 y la breve agitación en la década de 1930 por una nación separada “Cinturón Negro” en el Sur, una exigencia asociada con los estalinistas y el Partido Comunista. Por los ’60 los nacionalistas negros ya habían abandonado ese discurso. Ya sea en los sermones de musulmanes negros como Elijah Muhammad, o en los manifiestos de militantes como las Panteras Negras, o desde las imprentas de la revista derechista Ebony, de la cual fue editor ejecutivo el formador intelectual de Hannah-Jones, Lerone Bennett hijo, la agenda ahora era el “nacionalismo cultural” y el “control negro de las comunidades negras”. Nada de esto desafiaba el statu quo, y de hecho les venía como anillo al dedo a los planes del presidente Richard Nixon de desarrollar un “capitalismo negro” como manera de desviar la ira de la clase trabajadora en medio de la última gran oleada huelguística del país, que arrasó a lo largo de la década de 1970.

El Proyecto 1619, que evolucionó desde un nacionalismo negro de derechas, revela todo lo que queda después del largo y despiadado proceso de destilación social. No una patria, ni siquiera “control negro”. Los epígonos del nacionalismo negro quieren dinero —$350.000 por persona, para ser específicos, como nos enteramos en el último episodio de la serie, “Justicia”. El propósito de este pago, enfatiza el documental, no es resolver la enorme desigualdad social que ha dejado a cerca de dos tercios de toda la población estadounidense que apenas puede llegar a fin de mes. Su propósito es resolver “la brecha de riqueza racial”. Como Hannah-Jones lo explica en otra parte, estas reparaciones se les deberían a todos los negros que se identifiquen como negros en los censos —¡incluyéndola a ella y a Winfrey!

Lo que es más extraordinario es que esta es la única exigencia que plantean Hannah-Jones y el Proyecto 1619. En períodos anteriores, los socialistas tenían que competir contra nacionalistas negros de retórica izquierdista. Pero en el Proyecto 1619 no se llama a invertir en escuelas públicas, hospitales, infraestructua, parques y museos. Por el contrario, las reparaciones serían inevitablemente desviadas de tales formas de gasto. No hay ninguna exigencia de gravar a los muy ricos o a las empresas. No se hace ningún llamamiento a que las enormes asignaciones de financiación al ejército estadounidense se redirijan al gasto social. ¿Dónde están las denuncias furiosas al militarismo estadounidense que antes salpicaban los discursos de Malcolm X o de Huey Newton? No hay ni el menor eco de tal “fuego profético negro”, como lo llamó el historiador Cornel West. Ni un atisbo de protesta ante el hecho de que la administración Biden gasta más de la mitad del presupuesto discrecional en el ejército, mucho menos una protesta contra la guerra por delegación de la OTAN contra Rusia en Ucrania, que amenaza la supervivencia del planeta.

De hecho, el Proyecto 1619 ya ni siquiera intenta separar su nacionalismo racialista del nacionalismo estadounidense. Solo pide un lugar especial en él. Un resultado de estas muñecas rusas de un nacionalismo dentro de otro nacionalismo es la confusión de pronombres. ¿A qué se refiere, por ejemplo, la palabra “nuestro” en el siguiente pasaje, muy típico de Hannah-Jones?

Sin nuestros esfuerzos idealistas, arduos y patrióticos, nuestra democracia hoy sería muy diferente. De hecho, nuestro país podría no ser una democracia siquiera.

Este patético final para el nacionalismo negro era quizás inevitable. Los sueños separatistas de sus dirigentes se han ido a pique siempre debido a las mismas fuerzas intratables que al final condenaron los planes de exclusión de los burócratas sindicales estadounidenses racistas: la realidad. Nunca hubo de verdad ninguna base objetiva en la sociedad estadounidense para la división entre trabajadores blancos y trabajadores negros. De hecho, la indivisibilidad de su destino ya estaba clara para Marx durante la Guerra Civil. “El trabajo en piel blanca no se puede emancipar donde la piel negra está marcada”, observó Marx pocos años después, en 1866. De entonces en adelante, la tarea fundamental ha sido crear consciencia de esta realidad, y unificar no solo a los trabajadores blancos y a los negros, sino también a sucesivas olas de trabajadores inmigrantes —quienes de nuevo no son ni mencionados en el Proyecto 1619.

Marx vio más lejos que los primeros socialistas estadounidenses, que lucharon por superar, o por identificar siquiera, las presiones de clase que a menudo los llevaban engañados a tratar la cuestión de la raza como algo que se pudiera abordar después de la lucha de clases, y no como aspecto integral de esta, como explicó más tarde James Cannon. La Revolución rusa, y la influencia directa de Lenin y Trotsky, aclararon el asunto. Dio vigor a toda una generación de artistas, músicos e intelectuales negros asociados con el Renacimiento Harlem —tampoco mencionado por el Proyecto 1619. De manera más fundamental, mediante el ejemplo ruso, los trabajadores avanzados, blancos y negros, aprendieron que la ideología de raza era un aspecto crítico de la ideología de la clase gobernante —tal como lo es hoy.

Estas conquistas políticas del último siglo permanecen. Mientras tanto, la historia hizo su parte del trabajo. Si los trabajadores blancos, negros e inmigrantes ya estaban unificados como una clase, en un sentido objetivo, en la época de Marx, cuánto más lo están hoy. La Gran Migración del siglo XX desarraigó a millones de negros y blancos, desplazándolos de la granja a la fábrica, del Sur al Norte. El movimiento de masas por los derechos civiles que barrió el Jim Crow es inconcebible sin este desarrollo. Este gran movimiento de gente también preparó la mayor integración de la clase trabajadora. Ciertamente, la vida de la propia Hannah-Jones da testimonio de este cambio de época. Su padre nació en Mississippi y fue trasplantado a Waterloo, Iowa, donde se casó con una mujer blanca. Hannah-Jones no aprende nada de ello.

En el último medio siglo, desde el movimiento por los derechos civiles, la clase trabajadora estadounidense se ha vuelto más integrada que nunca. Más que eso, hasta sus luchas más inmediatas están vinculadas más de cerca que nunca antes a las de los trabajadores de todo el mundo. Nunca se va a obtener nada dividiendo a los trabajadores unos contra otros.

(Publicado originalmente en inglés el 13 de febrero de 2023)

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