En vísperas de las elecciones, un grupo de historiadores estadounidenses llamaron públicamente a votar por Kamala Harris. La declaración fue redactada por ocho historiadores —Kai Bird, Sidney Blumenthal, Ken Burns (conocido más como documentalista), Ron Chernow, Beverly Gage, Eddie Glaude, Jon Meacham y Sean Wilentz— y firmada por docenas de académicos.
Es un documento abominable que desenmascara el callejón sin salida político del liberalismo estadounidense y el papel deplorable de sus intelectuales a la hora de apuntalar el Partido Demócrata.
La declaración no se limita a instar a votar por Harris como “el menor de dos males”. Tal llamamiento sería políticamente incorrecto, pero al menos pondría cierta distancia entre los firmantes y los crímenes del Gobierno de Biden-Harris. Pero ocurre todo lo contrario: el documento elogia a Harris como una heroína que empuña su terrible espada rápida para defender la democracia contra el diablo, Trump.
Al leer el texto, resulta difícil creer que sus autores y firmantes tengan algún conocimiento de la historia estadounidense, ni mucho menos familiaridad con el estado actual de la sociedad estadounidense. La declaración dice:
Desde 1789, la nación ha prosperado bajo una Constitución dedicada a garantizar el bienestar general, bajo un Gobierno nacional unificado por el estado de derecho en el ningún interés ni persona tienen poder absoluto. En 1860, el interés de una élite dedicada a la esclavitud humana intentó romper la Unión en lugar de adherirse al estado de derecho constitucional aceptando el resultado de las elecciones, sumiendo a la nación en la Guerra Civil.
Este relato no se basa en la historia sino en el mito. Contrapone al grito de batalla reaccionario de Trump, “Hacer a Estados Unidos grande otra vez”, un llamamiento patético a “Mantener a Estados Unidos Grande”. Muchos de los firmantes han escrito libros que tratan sobre las desigualdades de la Constitución tal como fue redactada originalmente, y cómo sus evasivas sobre el tema de la esclavitud permitieron a los esclavistas del sur afirmar que fue Lincoln quien estaba violando la Constitución. Además, las verdaderas bases políticas y morales de la Unión no consistían en una lectura limitada de las disposiciones de la Constitución, sino en los principios proclamados en la Declaración de Independencia. Pero más allá de este punto histórico esencial, la afirmación de los historiadores de que “la nación ha prosperado bajo una Constitución dedicada a asegurar el bienestar general” es una tontería patriótica pura. No es más creíble que las afirmaciones de que George Washington arrojó un dólar de plata a lo ancho del río Potomac y que el “padre fundador” nunca dijo una mentira.
Todos los derechos democráticos básicos y esenciales que se reconocen formalmente en la ley son el producto de las enmiendas a la Constitución original. La Constitución, tal como existía en los 72 años entre 1789 y 1861, protegía la esclavitud, un hecho que debilitó la lucha abolicionista hasta el punto de paralizarla. Al final, fue necesario que el norte, liderado por Lincoln y los republicanos radicales, librara una guerra revolucionaria contra los propietarios de esclavos. Además, los resultados de la lucha militar solo pudieron ser consagrados en la ley mediante la aprobación de tres enmiendas a la Constitución: la decimotercera, la decimocuarta y la decimoquinta.
También debemos preguntar a los historiadores: ¿a qué “nación” y a qué “bienestar general” se refieren?
En el sangriento periodo posterior a la Guerra Civil, la prosperidad y el “bienestar general” celebrados por los olvidadizos historiadores no beneficiaron ni a los exesclavos, quienes enfrentaron represalias y opresión a manos de sus antiguos amos, ni a los nativos americanos, que fueron víctimas de un genocidio autorizado por el Gobierno estadounidense.
Hay un buen número de historiadores laborales entre los firmantes, pero parecen haberse olvidado de la brutal explotación de la clase trabajadora por parte de la clase capitalista gobernante, que iba acompañada de una violencia extrema en los 70 años posteriores a la Guerra Civil.
En resumen, la presentación de la historia de Estados Unidos hasta la aparición de Trump como una procesión triunfal de la verdad, la justicia y el americanismo es una fabricación.
Los firmantes condenan la hostilidad de Trump a las “costumbres constitucionales” y al “estado de derecho”. Esa afirmación es cierta, pero ignora el hecho de que el desprecio de Trump por los principios democráticos y el “estado de derecho” puede apoyarse en numerosos precedentes en las acciones de muchos Gobiernos anteriores, tanto republicanas como demócratas. El Gobierno de Obama institucionalizó el uso de asesinatos selectivos, incluyendo los asesinatos extrajudiciales de ciudadanos estadounidenses. Durante el último año, el Gobierno de Biden-Harris ignoró y violó sistemáticamente los principios esenciales del derecho internacional al financiar y armar la guerra genocida de Israel contra el pueblo de Gaza.
Los historiadores advierten sobre los planes de Trump de “intimidar, enjuiciar y encarcelar” a aquellos que designa “el enemigo interno”. Pero tales acciones de Trump se basarían en las violaciones de los derechos democráticos por parte de todos los Gobiernos en los últimos 85 años, incluido el encarcelamiento de trotskistas por cargos inventados de sedición durante la Segunda Guerra Mundial, los posteriores enjuiciamientos en virtud de la Ley Smith de miembros del Partido Comunista, la ejecución de los Rosenberg, las listas negras en Hollywood y muchas otras violaciones de los derechos de la Primera Enmienda.
Los historiadores parecen haber caminado sonámbulos durante el último cuarto de siglo. Han pasado por alto las violaciones masivas de los derechos democráticos asociadas a la guerra totalmente criminal contra el terrorismo, que fue legitimada y librada sobre la base de colosales mentiras por parte de Gobiernos de ambos partidos.
La declaración cae a lo más profundo de la duplicidad política al elogiar incondicionalmente a Kamala Harris. Los historiadores podrían haber aconsejado a sus lectores que se taparan la nariz mientras votaban por Harris. Pero no les bastaba el oportunismo político común y corriente. Han optado por arrastrarse como adulones políticos impenitentes. Escribiendo como cortesanos desvergonzados, proclaman:
Kamala Harris ha dedicado su vida a defender el estado de derecho y la democracia. Como fiscala y fiscala general de California, buscó la justicia sin temor ni favoritismo. Como senadora de los Estados Unidos, se enfrentó a aquellos que ayudarían e instigarían el uso maligno de la autoridad. Como vicepresidenta, ha trabajado para encontrar soluciones a problemas urgentes, nacionales e internacionales. Como candidata presidencial, ha denunciado a su oponente por deshonrar su juramento de preservar, proteger y defender la Constitución.
Tales babosadas untuosas se refieren a alguien con un intelecto de peso pluma y una política don nadie cuya carrera se basa únicamente en su capacidad, como todos aquellos que prosperan en el sistema bipartidista capitalista, para hacer el trabajo sucio de sus patrocinadores corporativos. Los autores no logran identificar las grandes causas sociales que abanderó Harris “sin temor ni favoritismo”. Su tiempo como fiscala general de California se distinguió principalmente por su crueldad y desprecio por los pobres, defendiendo la pena de muerte y oponiéndose a la liberación de reclusos de prisiones hacinadas y al requisito de que se investiguen los tiroteos policiales. Una vez en el Senado, Harris fue trasladada rápidamente a su Comité de Inteligencia, demostrando que disfrutaba de la confianza de la CIA y los militares. Su lealtad incuestionable a los intereses del imperialismo estadounidense le aseguró su ascenso a la vicepresidencia bajo Biden.
Los historiadores guardan un silencio culpable sobre su complicidad en el genocidio de Gaza y su promoción entusiasta de la guerra por delegación en Ucrania. El período de cuatro años de Harris como vicepresidenta está empapado de sangre. Se propuso asistir a cada una de las reuniones de Biden con Netanyahu, vinculándose directamente con la masacre respaldada por Estados Unidos de, según cifras oficiales, más de 43.000 palestinos, incluidos más de 13.000 niños.
En cuanto a su dedicación al “estado de derecho y la democracia”, como parte del Gobierno de Biden, Harris ha supervisado la victimización y persecución de los opositores al genocidio, incluidos muchos estudiantes y académicos. De hecho, Harris celebró uno de sus últimos eventos de campaña en Muhlenberg College en Allentown, Pensilvania, la universidad donde Maura Finkelstein, profesora judía de Antropología, fue despedida por hacer declaraciones opuestas a Israel.
Los autores concluyen su declaración con un llamamiento final a votar por Harris. Proclaman: “No menos que en 1860, el futuro tanto del espíritu como de la carta de la Constitución dependen del resultado de estas elecciones”. Esta declaración es un galimatías político e intelectual. El gran problema que enfrentó el pueblo estadounidense en las elecciones de 1860 fue la esclavitud. Un voto por Lincoln representaba una decisión de defender la Unión contra la dictadura de los esclavistas. Como ha escrito el gran historiador James McPherson, cuando estalló la Guerra Civil poco después de las elecciones, la gente disparó desde el mismo mando en el que había votado.
¿Cuáles son los grandes principios democráticos que defiende Harris? ¿Qué cambios profundos en las estructuras económicas, políticas y sociales de los Estados Unidos está promoviendo, “sin temor ni favoritismo”? Dos años antes de los comicios de 1860, en debates públicos en los que se enfrentó a Stephen A. Douglas, su futuro retador a la presidencia, Lincoln articuló los principios básicos sobre los que se basaría la lucha contra la esclavitud.
¿Dónde y cuándo artículo los principios en juego en las elecciones de 2024 la vicepresidenta Harris, quien, cuando se le priva de los servicios de un teleprónter, se basa completamente en la recitación memorizada de lugares comunes? Su breve referencia al fascismo fue prontamente retirada. El carácter abiertamente fascista del Partido Republicano y su participación a gran escala en las conspiraciones de Trump no se mencionan en absoluto.
Esta campaña electoral degradada se ha caracterizado sobre todo por la exclusión de cualquier mención de los problemas políticos, sociales y económicos reales: que Estados Unidos ya está profundamente involucrado en una guerra global que se expande rápidamente y que amenaza con convertirse en un conflicto nuclear catastrófico; que Estados Unidos está desgarrado por una desigualdad social masiva, con niveles asombrosos de riqueza concentrados en un porcentaje infinitesimal de la población; que la gran mayoría de la población está experimentando niveles significativos de angustia económica; y que la vida social se ha visto profundamente desestabilizada por las consecuencias de una pandemia de cinco años que se ha cobrado la vida de 1,5 millones de estadounidenses y ha debilitado gravemente a millones más.
El silencio de la campaña de Harris sobre estas circunstancias, de las cuales el Partido Demócrata tiene toda la responsabilidad, es mantenido por los historiadores. Aparte de la personalidad de Trump, el intruso infernal en el supuesto paraíso democrático de Estados Unidos, los historiadores no ofrecen ningún análisis de las causas de su ascenso político. No se hace ningún intento de explicar por qué más de 70 millones de estadounidenses votarán por él.
Nunca plantean las interrogantes críticas: ¿Cuáles son las condiciones objetivas detrás del fenómeno del trumpismo y el movimiento fascista MAGA? ¿Cómo pueden las elecciones salvar la democracia por sí mismas? ¿Se disolverá la ira y la frustración profundamente arraigadas que sienten millones de estadounidenses si Trump no obtiene una mayoría de votos electorales? Los esclavistas del sur respondieron a su derrota en las elecciones de 1860 recurriendo a una insurrección contrarrevolucionaria en 1861. Después de la experiencia del 6 de enero de 2021, no existe ninguna razón para creer que el futuro de la democracia estadounidense será decidido por el resultado de la votación.
Sin un análisis de las causas de la importante amenaza del fascismo en los Estados Unidos, no puede haber una lucha seria y exitosa en su contra.
La declaración de los historiadores refleja el callejón sin salida de lo que pasa por pensamiento político en la academia. Pero este empobrecimiento intelectual no es simplemente un defecto de los individuos. En esta época de intensa crisis del orden social existente y la creciente confrontación de las dos clases más poderosas de la sociedad —los capitalistas y los trabajadores— el papel de los ideólogos de la clase media que defienden la colaboración de clases y las glorias de la democracia capitalista se reduce a la insignificancia. Sus perogrulladas políticas asumen un carácter irrelevante y absurdo.
Cualquiera que sea el resultado del día de las elecciones, Estados Unidos se enfrenta a un futuro de amargo conflicto de clases. La lucha contra los horrores del fascismo y la guerra requiere una perspectiva socialista clara y de gran visión del futuro. Esto no vendrá de los púlpitos de la academia sino desde las filas del movimiento trotskista, basándose en los fundamentos teóricos del marxismo, en la conexión más estrecha con el desarrollo de las luchas de la clase trabajadora en los Estados Unidos e internacionalmente.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 4 de noviembre de 2024)