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A pesar de la vergonzosa e histérica campaña pro guerra que el gobierno de los EE.UU. y los medios de comunicación han desatado, es necesario mantener, además de la compostura, la capacidad para pensar, analizar y razonar. Indudablemente, es correcto deplorar y lamentar la terrible pérdida de vidas el 11 de Septiembre pasado. Pero no debemos dejar que nuestras emociones por las víctimas, sus familiares y amigos impida ver el hecho que poderosos sectores de la élite gobernante estadounidense ven en esta tragedia la oportunidad para poner en marcha una agenda militarista que se ha venido desarrollando por más de una década.
La guerra moderna requiere de un pretexto, un casus belli que se le presenta al público como justificación suficiente para tomar las armas. Todas las guerras importantes en las que los EE.UU. ha participado desde que surgió como potencia imperialista—desde la guerra Eestadounidense-Española de 1898, hasta la Guerra de los Balcanes de 1999—ha necesitado un acontecimiento catalítico para encender la opinión pública.
Pero, a la luz del análisis histórico, la naturaleza de los eventos que sirven de pretextos nunca probaron ser la verdadera causa de las guerras que se dieron. Al contrario, la verdadera causa para irse a la guerra—si bien fue facilitada por el cambio en la opinión pública producida por el casus belli —estaba en consideraciones más esenciales arraigadas en la estrategia política y en los intereses económicos de la élite dirigente.
“La guerra,” según el muy citado aforismo de von Clausewitz, “es la continuación de la política por otros medios.” En esencia, esto significa que la guerra es el camino mediante el cual los gobiernos buscan asegurar los fines políticos que no podían lograr pacíficamente. No hay razón para pensar que esta profunda verdad no se aplique a los eventos que se han desencadenado desde la tragedia del martes pasado.
Los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono han sido interpretados como la oportunidad para implementar una agenda política de dimensiones incalculables, que por mucho tiempo ha contado con el apoyo de los elementos más derechistas de la clase dirigente. A tan sólo un día del ataque, sin haberse esclarecido absolutamente nada sobre quienes fueron los causantes del asalto ni la dimensión del complot, el gobierno y los medios de comunicación iniciaron una campaña para declarar que los EE.UU. estaba en pie de guerra y que el pueblo estadounidense tenía que aceptar las consecuencias propias de los tiempos de guerra.
Las políticas que ahora se están proponiendo—una enorme expansión del militarismo estadounidense en el exterior y la persecución de “sospechosos” dentro del territorio norteamericano—no son nuevas; han estado en preparación por mucho tiempo. La razón por la cual la élite dirigente estadounidense no pudo poner en práctica esta política en el pasado fueron la falta de apoyo por parte del pueblo estadounidense y la oposición de sus rivales imperialistas en Europa y Asia.
Ahora el gobierno de Bush ha decidido explotar el sentimiento de shock y repugnancia que el público siente acerca de los trágicos eventos del 11 de Septiembre para avanzar los objetivos económicos y estratégicos del imperialismo norteamericano. Bush cuenta con el apoyo de los medios de comunicación y de un Partido Demócrata feliz de ponerle fin a sus pretensiones de oposición a la derecha Republicana.
El jueves Bush admitió sus verdaderas intensiones cuando declaró que las atrocidades del martes le habían dado “la oportunidad de declararle la guerra al terrorismo.” Llegó al punto de decir que esta guerra será el foco de todo su gobierno. Habría sido imposible hacer esta declaración de militarismo tan vergonzosa antes del 11 de septiembre. Pero, según el lenguaje del imperialismo, una nueva realidad había surgido después del asalto contra las Torres Gemelas.
Sin aun haber iniciado una seria investigación y, menos aun, haber explicado las extrañas circumstancias alrededor del ataque terrorista en Nueva York y Washington, el gobierno de Bush y los medios de comunicación han declarado que la guerra total es la única reacción possible. Ésto lo hacen antes que el gobierno haya establecido la identidad política de los terroristas, o que haya explicado cómo un complot tan detallado—aparentemente con la participación de docenas de conspiradores operando dentro de los EE.UU.—pasó desapercibido por la FBI, la CIA y otras agencias de espionaje relacionadas.
Tampoco la Administración Federal de la Aviación, la Fuerza Aérea y el FBI han podido explicar por qué no se emitió una alerta, ni por qué no se trató de interceptar los aviones secuestrados mientras volaban sobre territorio norteamericano y se dirigían hacia los sistemas nerviosos del establecimiento financiero y militar de los EE.UU.
A pesar de la pesadumbre y emociones que se ha expresado, el ataque contra las Torres Gemelas y el Pentágono no pudo ser más fortuito para el gobierno de Bush. Cuando George W. Bush se despertó el 11 de septiembre, presidía sobre un gobierno ahogándose en una crisis profunda. Habiendo llegado al poder por medio de la supresión fraudulenta de votos, para millones en los EE.UU. y alrededor del mundo su gobierno era considerado ilegítimo..
La pequeña base social de apoyo con que Bush contaba al iniciar su gobierno se estaba deteriorando rápidamente como consecuencia de la crisis económica en los EE.UU. y el resto del mundo. El gobierno estaba mostrando indicios de desacuerdos internos debido a su incapacidad para resolver los problemas del creciente desempleo; las catastróficas pérdidas en la bolsa de valores; las críticas contra la evaporación del excedente presupuestario; y su cambio de postura ante su promesa de no gastar los fondos del sistema de Seguro Social.
Hace tan sólo tres semanas, el 20 de agosto, el New York Times publicó un artículo en primera plana expresando temor dentro de los círculos dirigentes que el capitalismo mundial estaba descendiendo a una recesión mundial de proporciones enormes. “La economía mundial,” escribió el Times, “que creció a paso gigantezco hasta hace tan poco como el año pasado, ahora ha desacelerado hasta alcanzar el paso de tortuga con los EE.UU., Europa, Japón y otros importantes países en desarrollo atravezando por una depresión simultánea”.
El Times continúa: “Las últimas estadísticas revelan que muchas potencias regionales—Italia, Alemania, México y Brasil, Japón y Singapur—están en depresión, poniendo en peligro los pronósticos de que un crecimiento económico en otros países compensará la desaceleración en los EE.UU.... [M]uchos peritos de la economía dicen que el mundo está pasando por un retroceso económico, con las tasas de crecimiento cayendo más rapidamente y en más países mayores que en cualquier otra época desde la crisis del petróleo en 1973. Y esta vez no existe un factor singular que explique la debilidad del sistema, lo cual ha persuadido a los economistas a pensar en una lenta recuperación.
“‘Hemos ido de prosperidad a quiebra de la manera más rápida desde la crisis del petróleo,’ dijo Stephen S. Roach, el principal economista de Morgan Stanley, banco de inversión newyorquino. ‘Cuando uno se detiene de esta manera, se siente como si lo arrojaran contra la ventana del auto.’”
El Times burlónamente describe la reacción de Bush ante la crisis: “El gobierno de Bush todavía pinta la situación de color rosa”. Informó con cinismo que la Casa Blanca proyecta una recuperación económica para fines de año o a principios de 2002.
El mismo día en que el Times informó que la Ford Motor Co. se preparaba a anunciar más despidos, citó a su gerente general Jacques Nasser, quien dijo,, “No vemos ningún factor que pueda restaurar la economía” en los próximos 12 a 18 meses.
El Wall Street Journal hizo un análisis igualmente pesimista al escribir que “Casi al año de iniciarse la debacle en la industria manufacturera y de la tecnología avanzada, empiezan a debilitarse muchos de los otros pilares que han sostenido a la economía. Los negocios que el año pasado empezaron a reducir sus gastos en software y equipo están haciendo lo mismo con los bienes raíces industriales y de oficina...
“La ventas de automóviles, que se mantuvieron sorpresivamente altas durante casi todo el año gracias a incentivos generosos y a las bajas tasas de intereses, han empezado a declinar... Desde Abril, ha habido una reducción de personal en la mayoría de las industrias, según al Departamento de Trabajo... En la construcción se perdieron 61,000 empleos entre marzo y julio, como resultado de la crisis en manufactura y la tecnología avanzada”.
El ambiente pesimista prevaleciente en los círculos del comercio casi se convierte en pánico el viernes pasado cuando el informe sobre el desempleo del Departamento de Trabajo indicó un fuerte aumento en la tasa de desempleo: de 4.5% a 4.9% en un solo mes. Casi un millón de personas perdieron sus trabajos en agosto con reducciones en casi todos los sectores económicos. Ante el posible colapso del gasto de los consumidores, los inversionistas se apresuraron a vender sus acciones. En la bolsa de valores, el Dow Jones Industrial Average cayó 230 puntos, terminando el día por debajo de los 10,000 puntos.
La crisis económica complicó toda una serie de dilemas para el gobierno de Bush en cuanto a la política exterior. La política de Washington con Irak ya era un desastre, con las sanciones a punto de desintegrarse y una oposición creciente por parte de Francia, Alemania, Rusia y China contra las sanciones y la intensificación de la venganza contra Saddam Hussein. Los EE.UU. ya se encontraba con varios obstáculos al tratar que se adoptaran varias resoluciones sobre este y otros temas ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y otros cuerpos internacionales. En una gran cantidad de temas—cohetes teledirigidos de defensa, calentamiento global y el tribunal jurídico internacional—los EE.UU. se encontraba en conflicto abierto con la mayoría de sus aliados.
La creciente protesta social y sentimiento anticapitalista quedó expresado en la ola de manisfestaciones “antiglobales”. Estas revelaron el aislamiento profundo de los gobiernos de todas las potencias y el creciente descontento popular contra su política ultra-derechista, centradas sobretodo en el gobierno de Bush.
Pero desde el ataque terrorista del 11 de septiembre, el gobierno de Bush, ayudado por una cínica y sofisticada campaña por los medios de comunicación, ha estado trabajando para fomentar una fiebre patriótica que le permita sobreponerse, por lo menos temporalmente, a sus problemas inmediatos, a la vez que crea las condiciones para cambios profundos y duraderos tanto en el plano doméstico como en el internacional.
En nombre de la unidad nacional, el Partido Democrático le ha dado a Bush una carta en blanco para que conduzca la guerra, aumente los gastos militares y disminuya las libertades civiles. Como un comentarista áptamente lo dijo, “Vamos a funcionar como si tuviésemos un partido de unidad nacional. Esto quiere decir que las voces que difieran serán suprimidas.”
El Washington Post habló por el ala liberal el 14 de septiembre. En su editorial hizo un llamado para que se limiten los derechos democráticos y civiles. Bajo el título de “Reglas Nuevas”, el diario declaró: “[S]i dar respuesta al ataque significa que ésta ha de convertirse en verdad en un principio organizacional de la política exterior de los EE.UU., como pensamos que debe de ser—si los EE.UU. va a comprometerse a una campaña difícil y sostenida contra aquellos que lo han amenazado—entonces ni la política ni la diplomacia deben de retornar a lo que eran antes... Esto es sobretodo cierto mientras el Congreso y otras instituciones debaten la posibilidad de sacrificar la privacidad, la libertad de movimiento y otras libertades a los intereses de seguridad doméstica.”
El gobierno se prepara para inyectar decenas de billones de dólares en gastos militares y la seguridad, y para reconstruir las zonas desvastadas en la ciudad de Nueva York. La Casa Blanca y el Congreso no van a permitir que la viabilidad de lo que queda del amortiguador social—los programas de Medicare y Seguridad Social—sirva como muralla a “la lucha del bien contra el mal.”
Se suspenderán todas las restricciones al poder militar que los EE.UU. ejerce y a las actividades contrarrevolucionarias de la CIA. Durante años los sectores más reaccionarios de la élite dirigente ha estado agitando en las páginas editoriales del Wall Street Journal y las publicaciones de la ultra-derecha para poner fin al “Síndrome de Vietnam” y llamando para el uso desencadenado de la fuerza militar con tal de proteger los intereses del imperialismo estadounidense. Ahora tienen la oportunidad para cumplir esta agenda.
Los voceros principales de ambos partidos ya están exigiendo que se anule la order presidencial que prohibe usar asesinatos como implemento para la polícia exterior. Los Demócratas han expresado su voluntad de votar por una resolución que le da a la Casa Blanca casi autoridad total para declarar la guerra contra cualquier nación que, según el gobierno estadounidense, esté prestando ayuda o apoyando a los terroristas. Hay poca duda que Irak será de los primeros blancos de una campaña de bombardeo masivo junto con una invasión por tierra. Y ciertamente otros países se encuentran indefensos a sufrir las mismas consecuencias.
Como dijo un militar el miércoles, “Las restricciones se han levantado.” El secretario de defensa Donald Rumsfeld dijo que la acción militar “no será restringida a una sola entidad, sea ésta una nación o no.” El demócrata por el estado de Georgia, Zell Miller, fue aun más directo en expresar la sed sanguínea que prevalece en los círculos gubernamentales: “Bombardiémoslos hasta mandarlos al infierno. Si hay que sufrir bajas, que así sea”.
El senador John McCain dijo que los EE.UU. no debe “dejar monospreciar el uso de la fuerza nuclear.” El columnista del New York Times Thomas Friedman, en un artículo titulado, “Tercera Guerra Mundial”, fue aun más allá, cuando dijo que el ataque del 11 de septiembre “puede haber sido la primera batalla de la Tercera Guerra Mundial, y puede ser la última que usa armas convencionales y no armas nucleares.”
En estos momentos de enorme dolor y ansiedad, le están diciendo al pueblo estadounidense que debe aceptar la perspectiva que sus hijos e hijas vayan a lugares distantes a matar y a ser muertos, a luchar contra un enemigo o enemigos que aun no han sido nombrados, a la misma vez que se destruyen sus derechos democráticos en casa.
Lo que no le están diciendo al pueblo estadounidense es que las corporaciones y la élite financiera, en nombre de una guerra santa contra el terrorismo, tienen en mente sembrar la muerte y la destrucción para miles de personas con el fin de cumplir los objetivos mundiales que vienen planeado desde hace mucho tiempo. ¿Se puede acaso dudar que esta cruzada por “la paz” y “la estabilidad” no se convertirá en ocasión para que los EE.UU. expanda su control sobre las fuentes de petróleo y gas natural del Medio Oriente, del Golfo Persa y del Mar Caspio? Detrás de las declaraciones piadosas y patrióticas de los políticos y los comentaristas se encuentra el plan del imperialismo estadounidense para dominar nuevas zonas del mundo y establecer su hegemonía global.